miércoles, 25 de noviembre de 2009

La Prudencia, la gran virtud cubierta de polvo

“La prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas, querría correr hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría, de no estar dirigido por los ojos de la prudencia”.    
P. Pio de Pietrelcina




Muchos años o toda la vida nos pudiéramos tardar tratando de desempolvar en el baúl de nuestra conciencia, uno de los más importantes valores que todos los seres humanos deberíamos esmerarnos en ejercer desde muy temprana edad; y que muy pero muy pocas veces demostramos tener hasta en la edad adulta, “Prudencia”.

La Prudencia, no solo aquella que nos limita a conducir despacio nuestro carro, la que nos impide usar el mobile mientras conducimos, o la que nos hace ver de lado y lado cuando cruzamos la calle. La que nos hace reflexionar sobre las consecuencias negativas de beber licor en exceso, o fumar cigarrillos, etc.…etc.…

También se trata de desempolvar la prudencia que frena nuestro ímpetu, la irreflexión, la inconsciencia, los extremismos, las precipitaciones, las opiniones con matices sarcásticos o sin fundamentos reales de cualquier índole, los juicios y prejuicios en toda materia social, política, económica, religiosa, racial, salud, etc.… y etc.…

En resumen, se trata de la Prudencia, que nos hace decir y hacer conscientemente lo más indicado según el lugar y circunstancia, la que incluso nos hace simplemente guardar silencio si es necesario, no siempre el que más habla, es el más sabio, ni siempre el que más discute tiene la razón…, sabiduría no es hacerle ver a los demás el grado de nuestro intelecto, y mucho menos si es por simple ego… la sabiduría es más simple o más compleja que esto, es ser prudente con los conocimientos que tenemos y con los conocimientos que ni idea tenemos.

Es prudente quien antes de decir o hacer algo, tomando en cuenta criterios rectos y reales… analiza las posibles consecuencias y según estas, toma la decisión de hablar, actuar o se abstiene.

Tan delicado es el interactuar con las demás personas, que hasta con algo que pudiéramos llamarlo como “una pequeña imprudencia” puede llegar a hacer daño, ofender, irrespetar y cambiar la vida de alguien negativamente, en este sentido la prudencia deja de ser tal, para darle paso justamente a su contraria, la imprudencia…

De aquí lo delicado de las “imprudencias” y por esto lo importante, necesario y obligatorio de desarrollar la virtud de la “prudencia” en nosotros.

Reflexionando…

La prudencia basada en Cristo

Jesucristo es el más grande ejemplo de prudencia, El que ilumina el entendimiento para poder intuir, discernir, valorar y aprobar lo que es grato para El.

La prudencia es un don de Dios, que llena de rectitud a la razón, y la regula el Espíritu Santo.

Es un don de Dios, donde se desarrolla la capacidad de percibir con humildad, obligando al ego a callarse.

Un don, que hace no solo escuchar la palabra de Dios, sino que también la practiquemos…

Un don de Dios, que ayuda a valorar los momentos llenos de gracia para el crecimiento personal y en comunidad.

Tenemos grandes modelos de prudencia como gran virtud, en fieles seguidores de la fe en Cristo y en todos sus preceptos, de ellos tenemos mucho que aprender, como de la vida misma…

Los tiempos que vivimos no son fáciles, y cada día muchos somos afectados por las crisis económicas, políticas, sociales, de salud, etc.… y en consecuencia, caemos constantemente en otros tipos de crisis, existenciales y espirituales.

Realmente resulta muy difícil mantener en estas circunstancias el equilibrio, la paciencia y la objetividad, por tanto entonces la prudencia, que es finalmente la que regula las demás virtudes, pero aún así… no debemos colgarnos de estas excusas, para dejar de un lado nuestros valores, tomemos en cuenta que muchas de estas crisis son causadas por el enemigo de las almas, que utiliza todas las formas para romper nuestra paz y bombardear nuestra fe.

Analicemos también que de todas estas crisis podemos aprender mucho, si la vemos como pruebas que pueden hacernos crecer personal, profesional y espiritualmente, y lo más importante nos ayudan a refugiarnos en El Señor, así que pidamos que nos de fortaleza, que aumente nuestra confianza y fe en El. Y que por Su santa voluntad nos de el don de la prudencia y sepamos desarrollar esta virtud de acuerdo a sus enseñanzas.

Quien tiene como labor evangelizar y dedica gran parte de su tiempo o la totalidad del mismo en ello, debe ser uno de los primeros en hacer de la prudencia, su humilde práctica diaria, para que cuando este frente a personas de diferentes ideologías, políticas, costumbres y religiones, evite ofender, señalar y juzgar, a quienes les adversan. No hay que olvidar que todos somos seres imperfectos. Que todos nos equivocamos y que no siempre tenemos la absoluta razón.

La misión de un verdadero evangelizador católico, es poder ser testimonio fiel de la fe que profesa, a través de sus palabras y acciones. El saber decir y hacer lo más indicado según sea el caso, en sana prudencia, o simplemente como ya se dijo, guardar silencio.

Son muchos los que se han alejado de la fe católica, al ver en nosotros anti-testimonios. Cuidado entonces con esto, no olvidemos que no se trata de nosotros mismos, se trata de honrar las obras misericordiosas de El Señor…siendo testimonios y no lo contrario.

“Mirad, pues, con diligencia cómo andan, no sean como necios, sino como prudentes, aprovechando el tiempo, porque los días son malos” (Ef 5,15-18);
“Actúen prudentemente con los de afuera, aprovechando las ocasiones. Sea siempre agradable sus conversaciones, con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar a cada uno” (Col 4,5-6)



No le demos lugar a la imprudencia, con nuestra ira, orgullo, necedad, juicios, ofensas, ego, etc… estas cosas no vienen de Dios.


La labor de evangelizar debe comenzar en nosotros mismos, solo así podrá dar buenos frutos, y todos para la mayor gloria de El Señore...