jueves, 25 de agosto de 2016

El Retorno

Si, el retorno. Pasaron 6 años, desde aquella vez que escribí sobre las ausencias en este espacio, 6 años, con entradas de borradores, pero sin concluirlas para publicarlas. Muchos borradores aún por terminar. Pero ya ves, nos volvemos a reencontrar amigo blog, para continuar llenando tu espacio, dedicado a Dios, a Jesús y a María. Ellos saben que escribo, sin ser "escritor", pero que cuando lo hago, viene del alma y corazón, sin ninguna presunción o vanagloria.

Por otro lado saben también, que en este pequeño espacio, hacerlo en español, resulta para mi un gran reto. Sigo tratando siempre de mejorar, mi ortografía del idioma por cierto... y de mejorar en mi con la mayor y sincera humildad, todo lo que sea necesario, que por cierto también, es bastante...

Quisiera tanto poder contarte amigo blog, que me gustaría que todo fuera totalmente diferente desde antes y después de aquel 2010, pero en las cosas referente a la fe, cada vez pienso que seguimos al borde de un abismo profundo, por tantas ofensas cometidas hacía a Dios, por tantos errores que cometemos, y tantas veces sin arrepentimientos.

No es fácil cambiar el mundo para bien y para mejor, sino no cambiamos los que en el habitamos... 

Pero no todo ha sido negativo, gracias a Dios, no. En realidad, todos estos años han traído su sal y su azúcar... su hiel y su miel... Y ya sabemos que de la sal se sufre, y de la miel, se goza. Esto es la vida. 

6 años, que han corrido largo, con nuevas cosas, nuevos proyectos personales y profesionales. Con muchas más responsabilidades en lo profesional, pero especialmente como papá. Responsabilidades que me han mantenido en vilo y agotado a veces, pero que han traído buenos frutos y un saco lleno de hermosas satisfacciones. Por eso pienso siempre que, " La vita e' bella... nonostante tutto".

Ciertamente había dejado de escribir aquí por mucho tiempo, pero de alguna forma creo, que tengo rato aprendiendo, que sí de algo necesita nuestro mundo para cambiar, es de poner el grano de arena personal, no con tantas palabras, sino en acciones que realmente logren ese cambio para bien y mejor. Se que aún me falta dar más, nunca es suficiente, nunca, esto es lo que me mantiene con fuerza para seguir haciendo lo que hasta ahora he hecho. Hoy puedo decir, y además sentir en mi corazón, que mi labor como profesional, desde hace algunos años comenzó a tener un verdadero sentido humanista y menos mercantilista.  En todo aquello que sabemos hacer, por qué no dedicarlo en una parte de nuestro tiempo y labor, también al servicio de Dios, traduciéndolo al servicio de otros. Dar sin esperar nada cambio, por cosas de Dios resulta como un efecto boomerang, porque es tan posible que retornen en bendiciones inesperadas. 

Por cierto, y aunque "sin dar" más detalles, porque jamás olvido esa frase, que dice, "que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda", o viceversa. Agrego que tenemos grandes misiones en nuestra vida, y una de ellas, precisamente es dar, y esto implica tantas cosas, que a veces ni materiales son. En todo lo que esté la Mano maravillosa y bendita de Dios, tienen que ser hermosas cosas para este mundo. 

Re-organizando un tanto mi vida ando... sobre todo en lo personal. Pero se, que es posible también, dedicar unas horas para desahogar en forma de letras, todo lo que desde adentro nos nace, para expresar y compartir sobre las maravillas de Dios, y seguir trabajando en nosotros mismos, apuntando siempre, en ser mejores personas. 

Aunque estuve de ida, siempre retorno... que así renazca siempre la esperanza, en nuestro corazón, sí en algún momento se nos pierde de la vista, porque todo lo que nace tiene grandes posibilidades de renacer. 

Con Dios todo, sin Él nada. 

Oración.
Grazie Dio, por tanta paciencia, y por tanto amore que nos obsequias, en cada amanecer, en cada anochecer, en cada cosa que vivimos a diario. Eres principio y eternidad de vida. En todo estás presente, incluso cuando ausentes estamos. Dios, Jesús y María, Ustedes son, la mayor fuente de inspiración. El mejor refugio para nuestra alma abatida o nuestra alma regocijada. El más grande milagro de nuestra verdadera conversión. Grazie por las lecciones recibidas, y por las que están por venir. De las heridas más profundas, Ustedes saben cómo exfoliar cada una, para que en lugar de quejarnos, aprendamos a aceptar sin perder las esperanzas que un día las sanaran. En sus Santas Manos encomiendo a mis seres queridos y a todos los que ocupamos este gran circulo, llamado planeta tierra. Amén.


viernes, 23 de julio de 2010

Rompiendo ausencias

Después de 8 meses de silencio por aquí, al fin estoy de vuelta en este pequeño sitio virtual. Con la esperanza de que estas ausencias en lo sucesivo no sean tan prolongadas y que todo lo que les comparta aquí sea siempre para la mayor gloria de Dios.

 A propósito de las ausencias... en todo este tiempo que se están dando tantos acontecimientos en el mundo, creo que ausentarnos prolongadamente, a menos que sea por una causa mayor o para el desarrollo de nuestro crecimiento espiritual, personal o profesional, no es nada conveniente...


La época que vivimos no está para ausentarnos, solo basta con ver las noticias que llegan cada 5 minutos, es un bombardeo constante; algunas de ellas, por cierto son poco o nada alentadoras. Es muy triste que no abunden las noticias positivas, y es más triste que muchas veces las negativas son las únicas que con mayor fuerza los medios de comunicación resaltan, siendo algunas falsas y exageradas... Es doblemente triste cuando nos volvemos eco de éstas, como si al final de cuentas la realidad en nuestra vida cotidiana no nos mostrara lo que sucede.

Estoy de acuerdo con la difusión de información, en muchos casos es necesaria; pero siempre y cuando se haga de forma ética y veraz, y no se utilice como muchos lo están haciendo con la única intención de confundir, enfrentar, disgregar y alejar más a la gente de la fe católica. Para quien tiene fortalecida su fe en Cristo, esto no le afecta, pero a otros, les hace dudar y cuestionar la fe que no conocen bien a bien.

Pero ¿qué ha resultado con los que aún no están fortalecidos en su fe? cumplirse en muchos casos la doble o mala intención de algunos medios, atrapar incautos. Por esto para nosotros como católicos es muy importante verificar previamente las informaciones que compartimos con todos. De no hacerlo, nos podemos volver eco de algo igualmente provechoso pero también de aquello que contribuye a dichos alejamientos de nuestra fe.


Por otro lado, mucho se dice que hay personas que no tienen ni idea de la realidad que sufre la sociedad donde viven y mucho menos de lo que sufre el mundo, yo diría más bien que hay quienes se hacen los desentendidos y no afectados; pretendiendo con ello evadir la realidad y dejarle hasta sus propias responsabilidades como ciudadanos a otros.

Qué pena es ver sociedades que se están derrumbando vertiginosamente, políticos que ahora llaman correcto a lo que es extremadamente incorrecto, leyes que atentan contra los valores fundamentales de la familia, miles de niños que no tuvieron la dicha de vivir, de desarrollarse y crecer, ni en el lugar que antes era “seguro”, en el vientre de sus madres, el lugar que hoy día es el más inseguro, sólo porque fueron concebidos por error o por cualquier otra vil excusa con la que prefieran llamarle los jóvenes que son el vivo reflejo de esta decadencia mundial, sin respeto, sin principios, sin amor propio y mucho menos al prójimo, adultos con igual o peor comportamiento que éstos, religiosos que han cometido gravisimas faltas, etc…etc.
 
Con este patético panorama... realmente los medios de comunicación tienen mucha tela que cortar. Y nosotros mucho más que reflexionar, porque no olvidemos que absolutamente todos, incluyendo a los que conducen esos medios, católicos, practicantes de otras religiones, ateos o simplemente indiferentes... poco o mucho, ponemos un granito de arena para que este panorama sea así y no diferente. Tengamos siempre presente esto, sobre todo por aquello que El Señor dijo, "El que esté libre de pecado que lance la primera piedra".

Y del pecado a más de uno nos salpica el fango de su pozo...


El enemigo nos ataca a todos y por todos los flancos, en algunas oportunidades he leído y escuchado sobre esto, y hasta creo haber compartido algo en este mismo blog hace ya un tiempo, que la soberbia, la avaricia, la mentira, la rebeldia, la ambición de poder y dinero in extremus, el miedo, la desesperación, la arrogancia, la infidelidad, las falsas acusaciones, la burla, el menosprecio, etc... son formas de como el enemigo con gran astucia disfraza a el pecado, y de al menos una de estas lamentablemente no tenemos mucha carencia.


Si realmente queremos lograr grandes cambios positivos en nuestra sociedad, comencemos desde ya con nosotros mismos, no hay mejor forma ni lugar, que practicar nuestra fe verdadera, con quienes convivimos diariamente, especialmente con nuestros hijos. Exigirles a los demás lo que no somos capaces de darles, no hace convincente la fe que decimos profesar.


Ciertamente la Misericordia de El Señor es tan grande que hace de piedras, corazones, pero no por ello, descuidemos las responsabilidades que tenemos dentro de nuestros hogares, así al menos estaremos asegurándonos que un grupito no tenga el control de decidir que lo mejor para nuestros hijos y su futuro está enmarcado en la bola de leyes contra toda natura que pretenden imponernos a la fuerza, sobre todo los que somos papás, porque en gran medida de esto depende que este gris panorama que cubre nuestra sociedad y al mundo, cambie de mal para bien.

Escuchemos y ejecutemos los mensajes de advertencia de Nuestra Madre María, porque del cambio y la salvación del mundo mucho tiene que ver la familia. No toda la culpa la tiene sólo el vecino… veamos primero antes de lanzarle la piedra, quiénes somos en casa.

Cuánto más pronto rompamos con nuestras ausencias, mejor será para todos...
 
Saluti e benedizioni a tutte.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La Prudencia, la gran virtud cubierta de polvo

“La prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas, querría correr hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría, de no estar dirigido por los ojos de la prudencia”.    
P. Pio de Pietrelcina




Muchos años o toda la vida nos pudiéramos tardar tratando de desempolvar en el baúl de nuestra conciencia, uno de los más importantes valores que todos los seres humanos deberíamos esmerarnos en ejercer desde muy temprana edad; y que muy pero muy pocas veces demostramos tener hasta en la edad adulta, “Prudencia”.

La Prudencia, no solo aquella que nos limita a conducir despacio nuestro carro, la que nos impide usar el mobile mientras conducimos, o la que nos hace ver de lado y lado cuando cruzamos la calle. La que nos hace reflexionar sobre las consecuencias negativas de beber licor en exceso, o fumar cigarrillos, etc.…etc.…

También se trata de desempolvar la prudencia que frena nuestro ímpetu, la irreflexión, la inconsciencia, los extremismos, las precipitaciones, las opiniones con matices sarcásticos o sin fundamentos reales de cualquier índole, los juicios y prejuicios en toda materia social, política, económica, religiosa, racial, salud, etc.… y etc.…

En resumen, se trata de la Prudencia, que nos hace decir y hacer conscientemente lo más indicado según el lugar y circunstancia, la que incluso nos hace simplemente guardar silencio si es necesario, no siempre el que más habla, es el más sabio, ni siempre el que más discute tiene la razón…, sabiduría no es hacerle ver a los demás el grado de nuestro intelecto, y mucho menos si es por simple ego… la sabiduría es más simple o más compleja que esto, es ser prudente con los conocimientos que tenemos y con los conocimientos que ni idea tenemos.

Es prudente quien antes de decir o hacer algo, tomando en cuenta criterios rectos y reales… analiza las posibles consecuencias y según estas, toma la decisión de hablar, actuar o se abstiene.

Tan delicado es el interactuar con las demás personas, que hasta con algo que pudiéramos llamarlo como “una pequeña imprudencia” puede llegar a hacer daño, ofender, irrespetar y cambiar la vida de alguien negativamente, en este sentido la prudencia deja de ser tal, para darle paso justamente a su contraria, la imprudencia…

De aquí lo delicado de las “imprudencias” y por esto lo importante, necesario y obligatorio de desarrollar la virtud de la “prudencia” en nosotros.

Reflexionando…

La prudencia basada en Cristo

Jesucristo es el más grande ejemplo de prudencia, El que ilumina el entendimiento para poder intuir, discernir, valorar y aprobar lo que es grato para El.

La prudencia es un don de Dios, que llena de rectitud a la razón, y la regula el Espíritu Santo.

Es un don de Dios, donde se desarrolla la capacidad de percibir con humildad, obligando al ego a callarse.

Un don, que hace no solo escuchar la palabra de Dios, sino que también la practiquemos…

Un don de Dios, que ayuda a valorar los momentos llenos de gracia para el crecimiento personal y en comunidad.

Tenemos grandes modelos de prudencia como gran virtud, en fieles seguidores de la fe en Cristo y en todos sus preceptos, de ellos tenemos mucho que aprender, como de la vida misma…

Los tiempos que vivimos no son fáciles, y cada día muchos somos afectados por las crisis económicas, políticas, sociales, de salud, etc.… y en consecuencia, caemos constantemente en otros tipos de crisis, existenciales y espirituales.

Realmente resulta muy difícil mantener en estas circunstancias el equilibrio, la paciencia y la objetividad, por tanto entonces la prudencia, que es finalmente la que regula las demás virtudes, pero aún así… no debemos colgarnos de estas excusas, para dejar de un lado nuestros valores, tomemos en cuenta que muchas de estas crisis son causadas por el enemigo de las almas, que utiliza todas las formas para romper nuestra paz y bombardear nuestra fe.

Analicemos también que de todas estas crisis podemos aprender mucho, si la vemos como pruebas que pueden hacernos crecer personal, profesional y espiritualmente, y lo más importante nos ayudan a refugiarnos en El Señor, así que pidamos que nos de fortaleza, que aumente nuestra confianza y fe en El. Y que por Su santa voluntad nos de el don de la prudencia y sepamos desarrollar esta virtud de acuerdo a sus enseñanzas.

Quien tiene como labor evangelizar y dedica gran parte de su tiempo o la totalidad del mismo en ello, debe ser uno de los primeros en hacer de la prudencia, su humilde práctica diaria, para que cuando este frente a personas de diferentes ideologías, políticas, costumbres y religiones, evite ofender, señalar y juzgar, a quienes les adversan. No hay que olvidar que todos somos seres imperfectos. Que todos nos equivocamos y que no siempre tenemos la absoluta razón.

La misión de un verdadero evangelizador católico, es poder ser testimonio fiel de la fe que profesa, a través de sus palabras y acciones. El saber decir y hacer lo más indicado según sea el caso, en sana prudencia, o simplemente como ya se dijo, guardar silencio.

Son muchos los que se han alejado de la fe católica, al ver en nosotros anti-testimonios. Cuidado entonces con esto, no olvidemos que no se trata de nosotros mismos, se trata de honrar las obras misericordiosas de El Señor…siendo testimonios y no lo contrario.

“Mirad, pues, con diligencia cómo andan, no sean como necios, sino como prudentes, aprovechando el tiempo, porque los días son malos” (Ef 5,15-18);
“Actúen prudentemente con los de afuera, aprovechando las ocasiones. Sea siempre agradable sus conversaciones, con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar a cada uno” (Col 4,5-6)



No le demos lugar a la imprudencia, con nuestra ira, orgullo, necedad, juicios, ofensas, ego, etc… estas cosas no vienen de Dios.


La labor de evangelizar debe comenzar en nosotros mismos, solo así podrá dar buenos frutos, y todos para la mayor gloria de El Señore...

miércoles, 7 de octubre de 2009

La Paciencia de Jesús, Nuestro Señor


Paciencia


Pacientes líneas que se hicieron esperar para el mejor momento en el que debían estar, paciente blog que creía que por aquí no volvería a pasar… pero aquí estoy una vez más, para escribir todo esto que quiero compartir hoy.


No se si por casualidad o simple necesidad, pero la paciencia a mi vida en hora buena llegó, como queriendo encausar los desenfrenados impulsos que solía tener…
Es increíble para muchos lo que en poco tiempo pudiera pasar…cambios en la vida como en un solo click. Tribulaciones que día a día debemos enfrentar por razones que solo Dios conoce bien.


“PACIENCIA = ACEPTACION = CONFIANZA EN DIOS”, una ecuacione que a la inversa tiene más sentido lógico, porque solo cuando hay CONFIANZA EN DIOS aprendemos a ACEPTAR lo que se nos viene encima y es cuando mayor PACIENCIA podemos desarrollar.
Desde mi perspectiva personal, la paciencia no es una virtud unilateral, primero porque para un creyente católico, es bien sabido que desarrollar la paciencia mucho más que por meritos propios, es una gracia dada por Dios, segundo porque aún en el claustro, en la soledad… hay factores externos e internos que de una u otra forma pudieran afectar los pensamientos y acciones, agregándole a nuestra vida complejidades o bienaventuras, que nos harían ser menos o más pacientes, según sea el caso… y tercero porque hay que reconocer que una o más de las personas que nos rodean tienen mucho más paciencia desarrollada que uno mismo.

Lo maravilloso de todo esto y precisamente lo esencial en este tema sobre la paciencia, no es decir: que paciente he sido!…(porque en lo particular se que aún me falta muchissimo en serlo realemente), es más bien saber reconocer y valorar en el prójimo, la fe y la confianza en Dios manifestada… que les ha ayudado a desarrollar esa paciencia fuera de lo común con quienes les rodean, llámense parejas, hijos, padres, hermanos, amigos …y hasta desconocidos. Sin duda alguna, al menos para mi… estas pacientes personas son el reflejo vivo de Dios, de Jesús y de María Santissima…


No me alcanzaría el espacio aquí para mencionar tantos hermosos ejemplos de paciencia, conocidos en otras personas de los cuales me han tocado muy de cerca, pero principalmente hay un ejemplo inmenso , bellissimo y por demás conocido, que aunque decidí mencionarlo al final, es la causa principal por la cual quise nuevamente escribir en mi blog…como en los mejores espectáculos, lo mejor siempre se reserva para el cierre…

La Paciencia de Jesús, Nuestro Señor


Quien pacientemente obedeció al Padre, pacientemente enseñó a sus hermanos la Palabra de Dios, pacientemente amó y perdonó a quienes lo negaron, ofendieron, traicionaron, ignoraron, humillaron y brutalmente crucificaron.


Jesucristo, pacientemente… y con una paciencia única y misericordiosa entregó su vida por el perdón de nuestros pecados y salvación… Pacientemente en su dolor, por siglos nos sigue amando y perdonando, a pesar de las heridas que le causamos, con los brazos abiertos sigue esperándonos, con la dolce esperanza de que algún día volteemos nuestra mirada hacia El, pidiéndole que abra nuestro duro corazón y entre para llenarlo de todo el amor como solo Nuestro Señore sabe hacerlo.


El mejor y más grande ejemplo de paciencia que podemos seguir es el de JESÚS.

Oremos al Señore, para que lleguemos a tener al menos una cuarta parte de su paciencia… paciencia con nuestro prójimo, paciencia con nuestros familiares, amigos y como mencioné antes, hasta con los desconocidos, y principalmente oremos para ser buenos pacientes, aceptando con humildad y sin reniego, lo que nos toque vivir, aunque sean circunstancias adversas a lo que quisiéramos, aprendamos también a ser pacientes incluso con nosotros mismos.


Grazie Señore una vez más, por la Santa Paciencia, que has tenido, y perdona las muchas quejas y desesperaciones, en las que caemos eventualmente.
Y grazie también a los amigos que pacientemente han leído y han contribuido con sus acertados y hermosos comentarios en este pequeño y humilde espacio dedicado a Dios, a Jesús y María… Especialemente a ti Betty Amore, que siempre estas presente en mi vida y eres también un bello ejemplo de lo que es tener paciencia...


Como siempre…Ida y Vuelta…Viaje Circular…


Oracione.
Oh Dios, que con la paciencia de tu Unigénito Hijo quebrantaste la soberbia del antiguo enemigo: te suplicamos nos concedas recordar dignamente lo que Él con tanta bondad padeció por nosotros, y tolerar ecuánimemente en pos de Él todas las contrariedades.
Por Nuestro Señor Jesucristo.
Amen.

sábado, 4 de julio de 2009

El valor del sufrimiento...


Existen muchas reflexiones acerca del valor y significado del sufrimiento...y hoy especialemente ricordè esta enseñanza que nos dejò como un hermoso legado nuestro eterno Papa Juan Pablo II...son tan solo unos fragmentos...pero contienen esencialemente el valor de ofrecer nuestro sufrimiento no solo por un bien propio sino para el bien de muchas personas...esta enseñanza es un aliento esperanzador para aprender aceptar el sufrimiento no como algo negativo sino para un gran fin...la salvacione de muchas almas y lograr vivir en un mundo mejore...asi como siempre lo quizo y por lo que trabajo incansablemente Juan Pablo II...ofreciendo su sufrimiento en pro de la humanidade...aqui les comparto este escrito hecho por el Card. Saraiva Martins.
El sufrimiento en la enseñanza del Santo Padre: «Salvifici doloris»
En la introducción de la carta apostólica, el Santo Padre recuerda a todos las sorprendentes palabras de San Pablo a los Colosenses: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). Las tribulaciones de Cristo, hombre-Dios, de valor infinito, no necesitan otros sufrimientos para salvar, pues constituyen la única causa de salvación para todos. El poder ilimitado de sus sufrimientos confiere lo que falta a las tribulaciones de todo hombre que sufre. Sin embargo, es necesario aprovechar los dones que produce la cruz de Cristo.

Jesús, por decirlo así, ha preparado un banquete, en el que no falta ningún manjar; lo único que falta es que cada uno ocupe su lugar en la mesa y consuma los manjares preparados también para él. El convidado, ataviado con los sufrimientos que Dios mismo da a cada uno como vestido, completa la mesa.
Cristo salva por medio de la muerte de su cuerpo de carne; el hombre es salvado y ayuda a salvar con las tribulaciones de Cristo, el cual ofrece a cada uno el don de sufrir como él y con él, a fin de seguir salvando en él, también mediante el sufrimiento de su propia carne.

Los sufrimientos del cristiano, vividos juntamente con las tribulaciones de Cristo, permiten donar los beneficios de Cristo a su Cuerpo místico. Así pues, la Iglesia no sólo es el Cuerpo de Cristo salvado por los sufrimientos del hombre-Dios; también es su Cuerpo místico, que sigue salvando al mundo mediante los sufrimientos de sus miembros. Estos completan así, por vocación recibida del Señor, las tribulaciones de Cristo.
En este sentido, la redención de Jesús, realizada de forma completa «en virtud de su amor satisfactorio, permanece constantemente abierta a todo amor que se manifiesta en el sufrimiento humano»
.

En la dimensión del amor, la redención, ya realizada plenamente, en cierto sentido se realiza constantemente.
Impresionan profundamente las palabras del Santo Padre sobre el valor del sufrimiento, cuando afirma que «parece que forma parte de la esencia misma del sufrimiento redentor de Cristo el hecho de que haya de ser completado sin cesar»
. De este modo, «cada sufrimiento humano, en virtud de la unión en el amor con Cristo, completa el sufrimiento de Cristo. Lo completa como la Iglesia completa la obra redentora de Cristo».
El sufrimiento y el rosario
Al final del año 2003, dedicado por el Santo Padre al rezo del rosario, tan grato a María, no podemos por menos de recordar que el rosario constituye el equipo indispensable de quien quiere aprender «el sentido del dolor salvífico». En Oristano, el 18 de octubre de 1985, el Papa afirmó: «Os exhorto vivamente a vosotros, los enfermos, a rezar cada día el santo rosario a la Virgen.

Puesto que la salud es un bien, que forma parte del proyecto primitivo de la creación, rezar el rosario por los enfermos y con los enfermos, a fin de que puedan curarse o al menos lograr alivio a sus males, es una obra exquisitamente humana y cristiana. Y cuando la enfermedad dura y el sufrimiento permanece, el rosario nos recuerda también que la redención de la humanidad se realiza por medio de la cruz.
Vale más el sufrimiento silencioso y escondido de un enfermo, que el ruido de muchas discusiones y protestas...

Y este es también el mensaje confiado por la Virgen de Fátima a los tres jovencitos: el sufrimiento y el rosario por la Iglesia y por los pecadores»
. Los sencillos, incluso los niños como los beatos Francisco y Jacinta Marto, han sido invitados «a ofrecer los terribles dolores que los afligen con espíritu de penitencia por la conversión de los pecadores». A través del rosario, el cristiano entra en la escuela de María, gran maestra por lo que respecta a la cátedra de la cruz:

«La Virgen de los Dolores, de pie al lado de la cruz, con la silenciosa elocuencia del ejemplo, nos habla del significado del sufrimiento en el plan divino de la redención. Ella fue la primera que supo y quiso participar en el misterio salvífico "asociándose con corazón de Madre al sacrificio de Cristo, uniéndose a él, llena de amor, y dando su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima" (cf.
Lumen gentium, 58). Íntimamente enriquecida por esta inefable experiencia, se acerca al que sufre, lo toma de la mano, lo invita a subir con ella al Calvario y a estar de pie ante Cristo crucificado»
.
Por tanto, el rosario, el sufrimiento y la inocencia se convierten en términos constantemente presentes en las biografías de los enamorados de Dios y en la solicitud pastoral del Papa. El mismo san Pío de Pietrelcina, a quien el Santo Padre quiso canonizar personalmente el 16 de junio de 2002, amó profundamente el rosario, tan grato a María. A un periodista de «Sorella Radio» -transmisión radiofónica de hace algún tiempo en Italia- le prometió rezar cada día el rosario por todos los enfermos del mundo.

En continuidad con el mensaje de Fátima, San Pío de Pietrelcina ofreció al Señor todo su ser, todo lo que tenía, por la salvación de numerosos pecadores, viviendo en plenitud una misión que parece tener muchos puntos de contacto con las apariciones a los tres pastorcitos portugueses.
Jesús, después de sufrir por la redención de todos, donó una Madre a los hombres para educarlos en la escuela del evangelio del sufrimiento, y ofreció al mundo el rosario para confortar a los que sufren y salvar a las almas necesitadas. También nos señaló a San Pío de Pietrelcina, siervo sufriente, y a los santos, como el camino para unirnos a su obra de salvación. Y regaló a la Iglesia y al mundo la enseñanza y el testimonio del Vicario de Cristo, del enamorado de Dios, del propagador del evangelio del sufrimiento.




Oracione.

Amantissimo Padre celestiale. Tu quieres que te demos grazie por todo... que no le temamos a nada solo a perderte a Ti. nos pides que abandonemos toda nuestra ansiedade. angustia y sufrimiento en Ti. sabiendo que cuidaras de nosotros.
Ayudanos Dios mio. Te rogamos que los temores de esta vida... y en especiale en los tiempos dificiles que pasemos... nos resguarden la luz de tu amore eterno el cual nos mostraste en tu Hijo Jesucristo. nuestro Señore.El es nuestra esperanza. Amen.

sábado, 30 de mayo de 2009

La Fe en Cristo en tiempos de crisis



Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé á un hombre prudente, que edificó su casa sobre la peña; Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y combatieron aquella casa; y no cayó: porque estaba fundada sobre la peña. Mateo 7:24, 25


Ciertamente nos encontramos en tiempo de crisis, ansiedad y temor. Los Líderes están preocupados. Los pronosticadores están haciendo predicciones desalentadoras. Y los medios de comunicación se enfocan en estos reportes negativos.


¿Que esta sucediendo? por mencionar solo un ejemplo hay una crisis de crédito e inestabilidad en los mercados financieros que causan pánico y temor. Una falta de disciplina en la industria de la hipoteca ha llevado a un número de fallas de instituciones financieras trayendo un sentido de inseguridad alrededor del mundo. Pero nosotros los creyentes no deberíamos rendirnos al temor. El temor se origina como un pensamiento que nos causa dudar en nuestra situación y nuestras perspectivas para el futuro. Satanás usa tales presiones para paralizarnos y conformarnos a su voluntad. El temor hace que la palabra de Dios sea inefectiva en nuestras vidas como Jesús lo explica en Lucas 8:13-14

Y los de sobre la piedra, son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; mas éstos no tienen raíces; que por un tiempo creen, y en el tiempo de la tentación se apartan. Y la que cayó entre las espinas, éstos son los que oyeron; mas yéndose, son ahogados de los cuidados y de las riquezas y de los pasatiempos de la vida, y no llevan fruto.

Pero luego en el versículo 15 Jesús nota que están aquellos que se aferran fuertemente a la palabra con paciencia y son los que producen una cosecha. Y esto es lo que estamos buscando, una cosecha de nuestro trabajo y nuestras inversiones. Pero el temor y la ansiedad nos desalientan y nos hacen renunciar antes de nuestra cosecha llegue. Entonces, no debemos ser avasallados por el desanimo en nuestras circunstancias presentes. Tenemos que aprender a operar no basados en lo que podemos ver sino en lo que esperamos lograr a través de nuestra confianza y obediencia en el Señor y en su palabra. Y es así como podemos beneficiarnos de esta crisis. Por si misma esta crisis financiera no es buena por la perdida de inversiones, ahorros y trabajos. Pero algo bueno puede salir de esta cuando aprendemos a hacer a Dios nuestro refugio sin perder nuestra fe y reafirmando nuestra convicción en Él.

Muchos de nosotros expresamos opiniones sobre lo que esta bien y lo que esta mal, pero realmente la mayoría no nos atrevemos por miedo quizá a dar el primer paso y marchar como luchadores prudentes en el amore de Cristo, en contra de tantos proyectos llenos de maldad, y permitimos la promulgación de leyes que atentan gravemente con los principios y enseñanzas que Jesucristo nuestro Señor nos dejó.


El siguiente análisis que les comparto aquí espero que nos pueda servir a todos para discernir un poco mejor si lo que vivimos hoy nos es gran parte el resultado de la falta o poca fe que profesamos en El Señore y en las cosas que vienen de El...


La crisis de la Fe


(Das Leben des glaubens) La vida de la fe.


Escrito por el teólogo Romano Guardini. Precursor de los movimientos espirituales que posteriormente dieron lugar a las reformas aprobadas por el Concilio Vaticano II.
Hemos iniciado nuestras meditaciones con el problema del despertar de la fe. Pero tal estudio no va nunca más allá de cierto límite: el origen de todo lo que vive continúa siendo impenetrable. Si se preguntase a un creyente capaz de conocerse a sí mismo: "En realidad, ¿por qué crees?", probablemente comenzaría por responder: "Porque esa verdad me convence... Porque tal o cual valor me ha conquistado... Porque allí veo las posibilidades de una suprema finalidad religiosa y humana..." Luego, sin duda agregará: "Pero todo eso no constituye todavía mi motivo supremo; en definitiva, creo porque Cristo es realmente". O dicho de otra manera: "Creo porque creo". Volverse creyente es, en efecto, un comienzo. Esto no se deduce de antecedentes psicológicos o intelectuales. Ciertamente, siempre es posible alegar razones, encontrar explicaciones y hasta concretar pruebas; es posible descubrir relaciones- de orden psicológico, recurrir a acontecimientos vividos; pero, subsiste el hecho de que la fe propiamente dicha es un comienzo de orden existencial y, como tal, no se podría deducirlo de nada. No hay ninguna analogía con el acto del razonador que de ciertas premisas extrae la conclusión final. Esto se asemeja más bien al despertar después de una noche de sueño, o mejor todavía, a la criatura cuando sale del seno materno para empezar su propia existencia. La fe aparece, abre los ojos, nace cualquiera sea la expresión elegida para designar el hecho de que existe un verdadero comienzo. En consecuencia, todas las tentativas para ceñirla a causas lógicas o morales fracasan necesariamente. A los ojos del logístico puro, el acto de convertirse en creyente es un círculo: su fuente está en sí mismo. Pero ese "círculo", es decir, el renunciamiento a toda deducción lógica, es justamente la imagen que corresponde a ese puro comienzo.

Detrás de esa oscuridad impenetrable que envuelve el comienzo de la fe se oculta un misterio más profundo: la fe es obra de Dios. Todos esos esfuerzos del pensamiento, esos episodios de la sensibilidad, esas emociones causadas por los valores religiosos, esos encuentros con los santos son los materiales con los cuales el verdadero artesano, Dios, realiza su obra. Volverse creyente es efecto de una acción divina que nos conmueve, nos transforma, nos ilumina, nos atrae, dejándonos envueltos en el misterio de la gracia. Hasta allí no penetra ningún análisis psicológico ni razonamiento lógico alguno.


Pero la fe tiene igualmente un lado humano: nace y se desenvuelve siguiendo ciertas leyes. Es, pues, perfectamente legítimo plantear el problema de la experiencia de la fe, que presentamos ya a propósito de su génesis.


No obstante, para evitar que la fe se disuelva en una vaga religiosidad, hemos ligado el acto de fe con su contenido, y hemos visto su interdependencia absoluta. La fe es un acto que responde a la realidad precisa de Dios, lo que no significa que por tal circunstancia se sustraiga a las leyes y a las estructuras generales de toda actitud religiosa; pero la ciencia de las religiones ha insistido demasiado en ello queriendo reducir la fe cristiana al sentimiento religioso. Lo que a nosotros nos importa es su naturaleza, y ésta sólo se comprende en función de su contenido; de ahí que hayamos fijado ésta cuidadosamente. Sigamos, pues, nuestra búsqueda y examinemos lo que sucede después del despertar de la fe.


En el fondo, se trata de una historia. Pues la fe tiene historia. En su despertar, no es firme ni acabada; es vida, y todo lo que es vida es porvenir. En su evolución, la fe atraviesa, pues, por diversas fases: altos y bajos, períodos de crisis y períodos de desenvolvimiento tranquilo; el devenir de la fe pasa por etapas variadas. Su historia abarca al hombre por entero, en su singularidad, su fuerza y sus debilidades, en su temperamento, sus experiencias y su ambiente: Como toda historia, la historia de la fe se pierde en la oscuridad impenetrable del destino. Pero tiene, lo mismo que cualquier otra, ciertas constancias que vamos a subrayar, pues nos ayudarán a encontrarnos en la diversidad de la vida sin que tengamos que circunscribirnos a su brote original.


Esta tipología de la historia de la fe es muy variada y puede estudiársela partiendo de los puntos de vista más diversos. Veamos si existen crisis típicas de la fe.


Las hay, ciertamente y de muy variadas especies. Algunas de ellas provienen de un cambio de medio; otras, de graves acontecimientos humanos, como ser: la ruptura de vínculos afectivos, la felicidad o la desgracia, las enfermedades físicas o morales, etc. Vamos a examinar, pues, las crisis provocadas por algunas de esas situaciones decisivas que cambian el curso de toda vida humana.


Se ha dicho con razón que la infancia está protegida como por una envoltura. La solicitud de los padres y de los educadores y, en general, la atención espontánea de todo adulto, tienen por finalidad rodear al niño de una atmósfera protectora para que pueda crecer sin peligros, rodeado sólo de fuerzas benéficas. Sin embargo, la solicitud del adulto no bastaría por sí sola para crear y sostener una atmósfera tal: hace falta la cooperación activa del propio niño. Es el mismo niño el que crea esa protección, siguiendo las leyes de su propia evolución. La manera como percibe la realidad (más allá de un límite muy cercano no ve las cosas o bien las ve como algo vago), el hábito de relacionar los objetos y los acontecimientos con su propia vida, de animarlos y de transfigurarlos, todo eso forma en torno suyo un ambiente protector. Lo interior y lo exterior, la realidad y la leyenda, el mundo y la fe se confunden y entremezclan. Y todo presenta al niño un aspecto familiar y amable, todo se muestra pronto para ayudarlo.


Por cierto que no siempre todo ocurre de esta manera. A los ojos de muchos niños el mundo se presenta tempranamente lleno de rozamientos y de tensiones. Para algunos, no existe nunca armonía en ese universo de la infancia en el cual ellos deberían sentirse realmente protegidos. Para todos hay contrariedades: sufrimiento, vago malestar, nostalgia inconsciente. No obstante, las bases de la existencia infantil establecen un ambiente limitado y protector, donde las realidades se entremezclan armoniosamente y donde se confunden esta vida y la de más allá, la realidad y los sueños, el alma, el cuerpo y la materia.


Este estado espiritual determina la fe en el niño. Sean las que fueren las diferencias que puedan observarse entre éstos, su fe tiene una seguridad hecha de confianza. Sin duda, por todas partes hay problemas prontos a surgir, pero están todavía velados, en suspenso.

Llegan más tarde los años de la adolescencia. Sordamente al principio, luego con fuerza y precisión crecientes, se despierta en el joven el ímpetu de vida, lo impulsa hacia el otro sexo, lo hace buscar el mundo en toda su plenitud al par que busca su propia tarea y el desenvolvimiento de su personalidad.


Ese impulso puede ser descripto de varias maneras. Desde nuestro punto de vista, lo importante es que se abre sobre el infinito, incitándonos a superarnos, a expandirnos, a captar el mundo en su plenitud para identificarnos con él en su integridad. En un solo golpe el adolescente quiere poseerse a sí mismo, encontrar en sí mismo su equilibrio, oponiéndose a todo lo que lo ata y lo limita. Su voluntad choca entonces con cuanto constituye el mundo esencial del niño. Y precisamente sus características, su horizonte limitado, su protección amistosa y el afecto con que se le rodea, le son insoportables. Se siente a disgusto encerrado estrechamente en sus conceptos antiguos, en sus símbolos, en las normas que le fueron inculcadas; tiene que hacerlas añicos o desecharlas.


Lo mismo sucede con la vida de la fe. Todo lo que hasta entonces era valedero: las formas religiosas, las reglas, las razones que nos guían, son consideradas como cosa pueril, insignificante, inocente, molesta; el comportamiento religioso entra en un período de crisis que presenta los síntomas más diversos: el joven critica con aires de suficiencia, rechaza la moral de sus mayores, se siente en contradicción con la generación anterior, choca con todo lo que signifique autoridad; impacientemente se opone a la manera de vivir de los que le precedieron, etc. Pero lo esencial en este asunto es el sacudimiento interior de esa vida que busca espacio y expresión para una realidad naciente. Poco importa el detalle de cómo se desata la crisis; es tal vez que se profundizan las convicciones filosóficas o se descubren valores morales y religiosos más satisfactorios; o bien se han establecido contactos humanos, se han encontrado modelos, o anudado amistades que conducen a una nueva actitud -de fe; en todos los casos, una vez dominada la crisis se concluye en una nueva forma esencial de fe; al parecer siempre acontece así: el joven encuentra en la realidad cristiana un campo apropiado para la inmensidad de este impulso vital que surge, encontrando que en la fe un hombre libre, creador puede sentirse cómodo. Comprende que la substancia de la fe no se identifica con esas expresiones infantiles; se desembaraza de ellas y descubre otras nuevas, más rigurosas y que se adaptan con más flexibilidad a su fe actual.


Al llegar a esa etapa, la fe se desarrolla magníficamente; puede clasificársela entonces como idealista y entusiasta. El ansia de lo infinito, la sed de libertad y la voluntad creadora marchan a la par con la voluntad cristiana. Esa fe es audaz, amplia y segura de sí misma; muestra una elevación de espíritu extraordinaria, un coraje que la hace capaz de realizar las hazañas más grandes, una severa y noble intolerancia. Cuando la vida transcurre sin haber pasado por una etapa semejante, parece que le falta algo esencial.


Este impulso va en aumento; dura un tiempo más o menos largo, según las circunstancias y la fuerza interior, para a su vez entrar en un período de crisis.


Ese tipo de fe —como todas las reacciones de los jóvenes— asume el sentido de la dimensión del mundo: tiene la fuerza del don total a ese infinito. Se pone en la empresa el pensamiento, la imaginación, la magnanimidad del corazón. No se ve todavía la realidad tal cual es, ni las verdaderas condiciones humanas ni las asperezas de la existencia; el espíritu y el corazón, inclinados a idealizar, las han transformado, las han estilizado, o simplemente las ignoran. De la misma manera, la voluntad apasionada, que creía poder descubrir el "yo" por medio del ejercicio de la libertad, no lo ha podido asir en su verdadera realidad; ha tenido que crear un "yo" según sus sueños, donde hace intervenir a la libertad transfigurada. Una existencia tal se desenvuelve, por así decirlo, entre el impulso del espíritu y del corazón por un lado y un mundo ideal por el otro. Pero todavía no emerge la realidad concreta que existe entre ambos. Y en la medida en que la vida progresa, el impulso va perdiendo dinamismo; el arco de la vida se distiende y el poder de idealización disminuye. Al mismo tiempo, con mayor relieve se dibuja la realidad: las cosas tales como son, los hombres, las instituciones, las situaciones, sin olvidar la realidad del mismo "yo". Los fracasos y las decepciones se acumulan. Los riesgos que opone la existencia a las seguridades confiadas y audaces de un idealismo tal, se vuelven cada vez más numerosos. Ante ello, una nueva crisis se vislumbra; la confianza decae. Cada vez se hace más difícil no ver el lado negativo de las cosas, más difícil confundir la intensidad del deseo con los resultados realmente obtenidos. De más en más se va comprobando cuan opaca y estática es la existencia, y cuan impotentes son frente a ella, la idea pura y los grandes movimientos del corazón. Se aprende lo que es "la realidad" y cómo, asentada en sus bases propias, se opone y no cede a nuestra vida afectiva.


El peligro que entonces amenaza es el de la desilusión: el peligro de sucumbir a la impresión de que la realidad es más fuerte que la idea; de que las circunstancias son más duras que el espíritu; de que el egoísmo, la estrechez, la mezquindad, la bajeza y la vulgaridad de la existencia son más poderosas que la magnanimidad del corazón. Entonces, el hombre que persigue un fin noble experimenta la humillación de pasar por un visionario. El que pronto será un adulto, se avergüenza de lo que todavía conserva de sus años de adolescencia; la que pronto se convertirá en mujer, se sonroja de lo que le queda todavía de su mentalidad de jovencita. El peligro del escepticismo amenaza, reforzado por el deseo de pasar por un verdadero adulto, es decir, por un desencantado.


No es necesario profundizar mucho para darse cuenta de que la fe es la primera en sufrir las consecuencias de esta crisis. La fe idealista se esfuma. Ella misma siente que ambiciona demasiado, que, sentimental y exaltada, es extraña al mundo.

Después, y de muy distintos modos, puede sobrevenir un cambio. El joven reflexiona ya con más tranquilidad, domina sus nervios, tiene más espíritu crítico en sus relaciones con los otros hombres; va adquiriendo experiencia en su oficio, se siente más seguro en la vida pública, etc.... También la fe puede recuperarse de muy distintos modos. Si ahondando se llegó realmente hasta ella, una vez alcanzada una cierta madurez se acepta la realidad tal cual es, sin capitular para nada ante ésta, sino, por el contrario, afianzándose en la fe. Esta fe sostiene su independencia frente al mundo. Se afirma de más en más en su propio suelo y puede oponer a la existencia una actitud que en un principio no cuenta; pero desembarazándose de toda oposición o decepción que le llega de la realidad, se enfrenta con ésta en un: "Sin embargo..." Se llega, incluso, a experimentar un sentimiento profundo, mezcla de satisfacción y de irritación, al verificar que el mundo está mal hecho, que en todas partes hay lucha y que hasta la vida de la fe es un combate.


Todo esto podemos compendiarlo diciendo que la fe adquiere carácter. En efecto, tener carácter significa sostener la propia convicción frente a la realidad. La fidelidad, la disciplina, la perseverancia, todo entra en la fe: la lucha tenaz con la realidad, el mantenimiento de una posición hasta cuando se está lejos de vislumbrar un éxito en un futuro más o menos cercano.


Tal es la fe de un ser que ha llegado a su mayoridad, del hombre o la mujer que, sin ilusiones, viven de fidelidad.


Tal vez la evolución continuó. Lo propio de la actitud del creyente de la cual hablábamos, consistía sobre todo en la dureza con que abordaba la realidad y en una especie de firmeza en su decisión de mantener la lucha. Si la fe se desenvuelve todavía, llega un momento en que el creyente considera esa fe como la realidad más sólidamente afianzada y más segura de vencer. Puede, pues, con ella, defenderse de los embates del mundo y obtener esa victoria de la que San Juan dice: "Nuestra fe: he ahí la victoria que domina al mundo".


En la medida en que el hombre persevera y avanza en la vida, la realidad objetiva asume un carácter de relatividad, perdiendo en peso, en densidad y en fuerza. Para nada entra en ello el impulso vital del creyente, ni su sed de infinito, ni el poder transformador del amor. Pero el hombre que envejece va adquiriendo conciencia de lo eterno. Como se agita menos, puede oír mejor las voces que le llegan del más allá. Al sentir más próxima a la eternidad, la realidad del tiempo empalidece. El creyente puede entonces disminuir la tensión con la cual se aferraba sin cesar a la realidad de su fe. No tiene ya necesidad de irritarse ante la carga de la existencia; de nuevo todo se arregla; no por arte de magia sino a través de las fisuras de las contradicciones que desgarran al mundo, un sentido más elevado empieza a despuntar. La existencia se torna transparente y un nuevo acuerdo se prepara.

La fe toma así nueva forma: es la fe del anciano, que, transfigurada ya por la luz de la eternidad, se vuelve venerable.
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sábado, 11 de abril de 2009

La Angustia de una Ausencia...




Meditacione sobre el Sábado Santo
Joseph Ratzinger.


Primera Meditación


La afirmación de la muerte de Dios resuena, cada vez con más fuerza, a lo largo de nuestra época. En primer lugar aparece en algunos autores como una simple pesadilla. Jesús muerto proclama a los muertos desde el techo del mundo, que en su viaje al más allá no ha encontrado nada: ningún cielo, ningún dios remunerador, sino sólo la nada infinita, el silencio de un vacío absoluto.

Pero se trata simplemente de un sueño molesto, que alejamos suspirando al despertarnos, aunque la angustia sufrida sigue preocupándonos en el fondo del alma, sin deseos de retirarse. Cien años más tarde es Nietzsche quien, con seriedad mortal, anuncia con un estridente grito de espanto: “¡Dios ha muerto! ¡Sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos asesinado!”. Cincuenta años después se habla ya del asunto con una serenidad casi académica y se comienza a construir una “teología después de la muerte de Dios”, que progresa y anima al hombre a ocupar el puesto abandonado por Dios.
El impresionante misterio del Sábado Santo, su abismo de silencio, ha adquirido, pues, en nuestra época un tremendo realismo.Porque esto es el Sábado Santo: el día en que Dios se oculta, el día de esa inmensa paradoja que expresamos en el credo con las palabras “descendió a los infiernos”, descendió al misterio de la muerte.

El Viernes Santo podíamos contemplar aún al traspasado; el Sábado Santo está vacío, la pesada piedra de la tumba oculta al muerto, todo ha terminado, la fe parece haberse revelado a última hora como un fanatismo. Ningún Dios ha salvado a este Jesús que se llamaba su hijo. Podemos estar tranquilos; los hombres sensatos, que al principio estaban un poco preocupados por lo que pudiese suceder, llevaban razón.Sábado Santo, día de la sepultura de Dios. ¿No es éste, de forma especialmente trágica, nuestro día?
¿No comienza a convertirse nuestro siglo en un gran Sábado Santo, en un día de la ausencia de Dios, en el que incluso a los discípulos se les produce un gélido vacío en el corazón y por este motivo se disponen a volver a su casa avergonzados y angustiados, sumidos en la tristeza y la apatía por la falta de esperanza mientras marchan a Emaús, sin advertir que Aquél a quien creen muerto se halla entre ellos?Dios ha muerto y nosotros lo hemos asesinado.
¿Nos hemos dado realmente cuenta de que esta frase está tomada casi literalmente de la tradición cristiana, de que hemos rezado con frecuencia algo parecido en el Vía Crucis, sin penetrar en la terrible seriedad y en la trágica realidad de lo que decíamos?
Lo hemos asesinado cuando lo encerrábamos en el edificio de ideologías y costumbres anticuadas, cuando lo desterrábamos a una piedad irreal y a frases de devocionarios, convirtiéndolo en una pieza de museo arqueológico; lo hemos asesinado con la duplicidad de nuestra vida, que lo oscurece a El mismo, porque ¿qué puede hacer más discutible en este mundo la idea de Dios que la fe y la caridad tan discutibles de sus creyentes?
La tiniebla divina de este día, de este siglo, que se convierte cada vez más en un Sábado Santo, habla a nuestras conciencias. Se refiere también a nosotros. Pero, a pesar de todo, tiene en sí algo consolador. Porque la muerte de Dios en Jesucristo es, al mismo tiempo, expresión de su radical solidaridad con nosotros.

El misterio más oscuro de la fe es, simultáneamente, la señal más brillante de una esperanza sin fronteras. Todavía más: a través del naufragio del Viernes Santo, a través del silencio mortal del Sábado Santo, pudieron comprender los discípulos quién era Jesús realmente y qué significaba verdaderamente su mensaje. Dios debió morir por ellos para poder vivir de verdad en ellos. La imagen que se habían formado de Él, en la que intentaban introducirlo, debía ser destrozada para que a través de las ruinas de la casa deshecha pudiesen contemplar el cielo y verlo a Él mismo, que sigue siendo la infinita grandeza.
Necesitamos las tinieblas de Dios, necesitamos el silencio de Dios para experimentar de nuevo el abismo de su grandeza, el abismo de nuestra nada, que se abriría ante nosotros si Él no existiese. Hay en el Evangelio una escena que anticipa de forma admirable el silencio del Sábado Santo y que, al mismo tiempo, parece como un retrato de nuestro momento histórico. Cristo duerme en un bote, que está a punto de zozobrar asaltado por la tormenta. El profeta Elías había indicado en una ocasión a los sacerdotes de Baal, que clamaban inútilmente a su dios pidiendo un fuego que consumiese los sacrificios, que probablemente su dios estaba dormido y era conveniente gritar con más fuerza para despertarle.
¿Pero no duerme Dios en realidad? La voz del profeta, ¿no se refiere, en definitiva, a los creyentes del Dios de Israel que navegan con Él en un bote zozobrante? Dios duerme mientras sus cosas están a punto de hundirse. ¿No se asemejan la Iglesia y la fe a un pequeño bote que naufraga y que lucha inútilmente contra el viento y las olas mientras Dios está ausente? Los discípulos, desesperados, sacuden al Señor y le gritan que despierte; pero Él parece asombrarse y les reprocha su escasa fe. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? Cuando pase la tormenta reconoceremos qué absurda era nuestra falta de fe.
Y, sin embargo, Señor, no podemos hacer otra cosa que sacudirte a ti, el Dios silencioso y durmiente, y gritarte: ¡despierta!, ¿no ves que nos hundimos? Despierta, haz que las tinieblas del Sábado Santo no sean eternas, envía un rayo de tu luz pascual a nuestros días, ven con nosotros cuando marchemos desesperanzados hacia Emaús, que nuestro corazón arda en tu cercanía.

Tú que ocultamente preparaste los caminos de Israel para hacerte al final hombre como nosotros, no nos abandones en la oscuridad, no dejes que tu palabra se diluya en medio de la charlatanería de nuestra época. Señor, ayúdanos, porque sin ti pereceríamos.


Segunda Meditación


El ocultamiento de Dios en este mundo es el auténtico misterio del Sábado Santo, expresado en las enigmáticas palabras: Jesús “descendió a los infiernos”. La experiencia de nuestra época nos ayuda a profundizar en el Sábado Santo, ya que el ocultamiento de Dios en su propio mundo –que debería alabarlo con millares de voces-, la impotencia de Dios, a pesar de que es el Todopoderoso, constituye la experiencia y la preocupación de nuestro tiempo.


Pero, aunque el Sábado Santo expresa íntimamente nuestra situación, aunque comprendamos mejor al Dios del Sábado Santo que al de las poderosas manifestaciones en medio de tormentas y tempestades, como las narradas por el Antiguo Testamento, seguimos preguntándonos qué significa en realidad esa fórmula enigmática: Jesús “descendió a los infiernos”. Seamos sinceros: nadie puede explicar verdaderamente esta frase, ni siquiera los que dicen que la palabra infierno es una falsa traducción del término hebreo sheol, que significa simplemente el reino de los muertos; según éstos, el sentido originario de la fórmula sólo expresaría que Jesús descendió a las profundidades de la muerte, que murió en realidad y participó en el abismo de nuestro destino.
Pero surge la pregunta: ¿Qué es la muerte en realidad y qué sucede cuando uno desciende a las profundidades de la muerte? Tengamos en cuenta que la muerte no es la misma desde que Jesús descendió a ella, la penetró y asumió; igual que la vida, el ser humano no es el mismo desde que la naturaleza humana se puso en contacto con el ser de Dios a través de Cristo. Antes, la muerte era solamente muerte, separación del mundo de los vivos y –aunque con distinta intensidad- algo parecido al “infierno”, a la zona nocturna de la existencia, a la oscuridad impenetrable. Pero ahora la muerte es también vida, y cuando atravesamos la fría soledad de las puertas de la muerte encontramos a Aquel que es la vida, al que quiso acompañarnos en nuestras últimas soledades y participó de nuestro abandono en la soledad mortal del huerto y de la cruz, clamando: “¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”.
Cuando un niño ha de ir en una noche oscura a través de un bosque, siente miedo, aunque le demuestren cien veces que no hay en él nada peligroso. No teme por nada determinado a lo que pueda referirse, sino que experimenta oscuramente el riesgo, la dificultad, el aspecto trágico de la existencia. Sólo una voz humana podría consolarle, sólo la mano de un hombre cariñoso podría alejar esa angustia que le asalta como una pesadilla.
Existe una angustia –la angustia auténtica, que radica en lo más íntimo de nuestra soledad- que no puede ser superada por el entendimiento, sino exclusivamente por la presencia de un amante, porque dicha angustia no se refiere a nada concreto, sino que es la tragedia de nuestra soledad última. ¿Quién no ha experimentado alguna vez el temor de sentirse abandonado? ¿Quién no ha experimentado en algún momento el milagro consolador que supone una palabra cariñosa en dicha circunstancia?
Pero cuando nos sumergimos en una soledad en la que resulta imposible escuchar una palabra de cariño estamos en contacto con el infierno. Y sabemos que no pocos hombres de nuestro mundo, aparentemente tan optimistas, opinan que todo contacto humano se queda en lo superficial, que ningún hombre puede tener acceso a la intimidad del otro y que, en consecuencia, el substrato íntimo de nuestra existencia lo constituye la desesperación, el infierno.


Jean-Paul lo ha expresado literariamente en uno de sus dramas, proponiendo, simultáneamente, el núcleo de su teoría sobre el hombre. Y de hecho, una cosa es cierta: existe una noche en cuyo tenebroso abandono no resuena ninguna voz consoladora; hay una puerta que debemos cruzar completamente solos: la puerta de la muerte. Todo el miedo de este mundo es, en definitiva, el miedo a esta soledad. Por eso en el Antiguo Testamento una misma palabra designaba el reino de la muerte y el infierno: sheol. Porque la muerte es la soledad absoluta. Pero aquella soledad que no puede iluminar el amor, tan profunda que el amor no tiene acceso a ella, es el infierno.


“Descendió a los infiernos”: Esta confesión del Sábado Santo significa que Cristo cruzó la puerta de la soledad, que descendió al abismo inalcanzable e insuperable de nuestro abandono. Significa también que, en la última noche, en la que todos nosotros somos como niños abandonados que lloran, resuena una palabra que nos llama, se nos tiende una mano que nos coge y guía. La soledad insuperable del hombre ha sido superada desde que Él se encuentra en ella. El infierno ha sido superado desde que el amor se introdujo en las regiones de la muerte, habitando en la tierra de nadie, de la soledad. En definitiva, el hombre no vive de pan, sino que en lo más profundo de sí mismo vive de la capacidad de amar y de ser amado. Desde que el amor está presente en el ámbito de la muerte, existe la vida en medio de la muerte. “A tus fieles, Señor, no se les quita la vida, se les cambia”, reza la Iglesia en la misa de difuntos.


Nadie puede decir lo que significa en el fondo la frase: “Descendió a los infiernos”. Pero cuando nos llegue la hora de nuestra última soledad captaremos algo del gran resplandor de este oscuro misterio. Con la certeza esperanzadora de que en aquel instante de profundo abandono no estaremos solos, podemos imaginar ya algo de lo que esto significa. Y mientras protestamos contra las tinieblas de la muerte de Dios comenzamos a agradecer esa luz que, desde las tinieblas, viene hacia nosotros.


Tercera Meditación


En la oración de la Iglesia, la liturgia de los tres días santos ha sido estudiada con gran cuidado: la Iglesia quiere introducirnos con su oración en la realidad de la pasión del Señor y conducirnos a través de las palabras al centro espiritual del acontecimiento. Cuando intentamos sintetizar las oraciones litúrgicas del Sábado Santo nos impresiona, ante todo, la profunda paz que respiran. Cristo se ha ocultado, pero a través de estas tinieblas impenetrables se ha convertido también en nuestra salvación; ahora se realizan las escuetas palabras del salmista: “Aunque bajase hasta los infiernos, allí estás Tú”. En esta liturgia ocurre que, cuanto más avanza, comienzan a lucir en ella, como en la alborada, las primeras luces de la mañana de pascua. Si el Viernes Santo nos ponía ante los ojos la imagen desfigurada del traspasado, la lioturgia del Sábado Santo nos recuerda, más bien, a los crucifijos de la antigua Iglesia: la cruz rodeada de rayos luminosos, que es una señal tanto de la muerte como de la resurrección.


De este modo, el Sábado Santo puede mostrarnos un aspecto de la piedad cristiana que, al correr de los siglos, quizás haya ido perdiendo fuerza. Cuando oramos mirando al crucifijo vemos en él la mayoría de las veces una referencia a la pasión histórica del Señor sobre el Gólgota. Pero el origen de la devoción a la cruz es distinto; los cristianos oraban vueltos hacia oriente, indicando su esperanza de que Cristo, sol verdadero, aparecería sobre la historia; es decir: expresando su fe en la vuelta del Señor. La cruz está estrechamente ligada, al principio, con esta orientación de la oración, representa la insignia que será entregada al rey cuando llegue; en el crucifijo alcanza su punto culminante la oración. Así pues, para la cristiandad primitiva la cruz era, ante todo, signo de la esperanza, no tanto vuelta al pasado cuanto proyección hacia el Señor que viene. Con la evolución posterior se hizo bastante necesario volver la mirada, cada vez con más fuerza, hacia el hecho; ante todas las volatilizaciones de lo espiritual, ante el camino extraño de la encarnación de Dios, había que defender la prodigalidad impresionante de su amor, que por el bien de unas pobres criaturas se había hecho hombre, y qué hombre. Había que defender la sana locura del amor de Dios, que no pronunció una palabra poderosa, sino que eligió el camino de la debilidad a fin de confundir nuestros sueños de grandeza y aniquilarlos desde dentro.


¿Pero no hemos olvidado quizás demasiado la relación entre cruz y esperanza, la unidad entre la orientación de la cruz y el oriente, entre el pasado y el futuro? El espíritu de esperanza que respiran las oraciones del Sábado Santo deberían penetrar de nuevo todo nuestro cristianismo. El cristianismo no es una mera religión del pasado, sino también del futuro; su fe es, al mismo tiempo, esperanza, porque Cristo no es solamente el muerto y resucitado, sino también el que ha de venir.


Señor, haz que este misterio de esperanza brille en nuestros corazones, haznos conocer la luz que brota de tu cruz, haz que como cristianos marchemos hacia el futuro, al encuentro del día en que aparezcas.


Oracione.


Señor Jesucristo, has hecho brillar tu luz en las tinieblas de la muerte, la fuerza protectora de tu amor habita en el abismo de la más profunda soledad; en medio de tu ocultamiento podemos cantar el aleluya de los redimidos. Concédenos la humilde sencillez de la fe que no se desconcierta cuando Tú nos llamas a la hora de las tinieblas y del abandono, cuando todo parece inconsistente.
En esta época en que tus cosas parecen estar librando una batalla mortal, concédenos luz suficiente para no perderte; luz suficiente para poder iluminar a los otros que también lo necesitan.
Haz que el misterio de tu alegría pascual resplandezca en nuestros días como el alba, haz que seamos realmente hombres pascuales en medio del Sábado Santo de la historia. Haz que a través de los días luminosos y oscuros de nuestro tiempo nos pongamos alegremente en camino hacia tu gloria futura.
Amén.